Reina de los Mártires

16.03.2018

Cuando la adversidad se abate sobre una familia, hay un corazón que tiene el privilegio de sufrir más que los demás y de recibir en sí el dolor de todos: es el corazón de la madre.

Así en la inmensa familia humana, María tuvo este privilegio de sentir en su corazón los dolores de todos sus hijos, los padecimientos de todos los mártires y los tormentos del Rey de los Mártires. Por este privilegio, Ella ha obtenido el amor de los hombres. Por eso la Iglesia la invoca con el título de Reina de los Mártires.

Aquella carne inmaculada que María vestía con tanto cariño y respeto, sería desgarrada por los azotes y cubierta con la púrpura de la sangre.

La Sabiduría Divina de Jesús que en la intimidad de Nazaret descubría a la Madre los secretos celestiales, habría de ser un día objeto de pública burla. ¡Oh dolores, oh martirio de la Madre!

Ella sintió especialmente los siete dolores que la Iglesia recuerda el 15 de Septiembre:

1. La predicción del anciano Simeón, cuando María y José presentaron en el Templo a Jesús.

2. La huida y el destierro a Egipto, después de la persecución de Herodes.

3. La pérdida de Jesús, enseñando en el Templo de Jerusalén.

4. El encuentro de Jesús y María en el camino del Calvario.

5. La crucifixión, agonía y muerte de Jesús.

6. El descendimiento de la Cruz del Cuerpo del Hijo.

7. La sepultura de Jesús.

Nos detendremos solamente a contemplar a María Dolorosa en su martirio al pie de la Cruz, viviendo la agonía y muerte de su Divino Hijo.

Estos dolores fueron de 4 clases:

a) dolores del pecado

b) dolores de la naturaleza

c) dolores de la gracia y

d) dolores divinos

a) Los dolores del pecado.

Después de Jesucristo, fue María la que experimentó el más perfecto y más intenso dolor por el pecado, porque Ella mucho más que cualquier mente humana y angélica, estuvo dotada del más elevado y sublime conocimiento de Dios, de su Infinito amor y de la gravedad del pecado que separa de Dios.

Ella, en el Calvario, asistió como espectadora, testigo y participante a la muerte del Redentor. La Virgen, espejo perfecto que captaba los rayos enfocados de amor y de dolor que partían del Corazón de Jesús agonizante sentía el vivo reflejo, que la sumergía en el mar de un dolor casi infinito.

b) Dolores de la naturaleza.

No teniendo Jesús un padre terrenal que compartiese el dolor maternal, en el corazón de María se unieron y fundieron los dolores de la madre y del padre.

Ella contempla el cuerpo lacerado y las manos y los pies atravesados por los clavos y la cabeza en la que se hunden las espinas y no le está permitido aliviar ni su cuerpo ni su cabeza. Exhala el Hijo el último suspiro y no le está permitido a la Madre endulzar la amarga agonía y recoger el último aliento. Se lamenta Jesús de ser abandonado por su Padre y la Madre debe también dejarlo como abandonado y sin auxilio.

Desolada y privada de todo consuelo debía ser la muerte de Jesús y desolada y privada de todo consuelo debía ser también la pasión de María Santísima.

c) Dolores de la gracia.

Los dolores de la gracia y los dolores divinos, que nuestro pobre entendimiento no puede penetrar, fueron para Ella los más duros y crueles.

El dolor deriva del amor, un amor humano, un amor de naturaleza, produce un dolor humano; un dolor natural, un amor de gracia, un amor divino causa un dolor del mismo linaje, un dolor de gracia y divino; cuanto más fuerte es el amor, tanto más fuerte será el dolor.

La naturaleza nos hace hombres, la gracia y el amor divino nos hacen santos. Si la Virgen María, modelo perfecto de mujer y de madre experimentó los más fuertes y agudos dolores de la naturaleza, Ella, a su vez, modelo de perfección sobrenatural y de santidad, debió experimentar los más agudos y fuertes dolores de la gracia y los sufrimientos divinos.

Esta relación sobrenatural fue perfectísima entre Jesucristo y su Santísima Madre, no solo por vía natural, sino más aun por razón de gracia. Ella fue más feliz por haber llevado a Dios en su corazón que en su seno, como respondió Jesús a la mujer que ensalzaba la maternidad natural de la Virgen: "más bien son bienaventurados aquellos que oyen la palabra de Dios y la guardan".

Cristo fue Rey de los Mártires y María fue Reina de los Mártires porque experimentó todas las penas del amado Jesús.

d) Dolores divinos.

Es artículo de fe que la Virgen María es verdadera Madre de Dios, porque es Madre de Aquel en el que la naturaleza Divina y la naturaleza humana se hallan unidas hipostáticamente, esto es en unidad de persona.

En la muerte de un hijo debe sentir, y siente extremo dolor, no solo la madre, sino también el padre, es esto ley inexorable de nuestra naturaleza humana.

Pero Dios Padre no puede sufrir, porque la naturaleza Divina es inmutable y Dios no puede ni por un momento perder su felicidad, es decir no puede sufrir.

La Madre de Cristo debía experimentar, en la muerte del Hijo, todo el dolor, aun aquel que en los casos ordinarios habría experimentado el Padre; la totalidad de esta divina aflicción, íntegra e indivisa recayó sobre el corazón afligido de María. Así, nos da fuerza para llevar nuestra Cruz:

  • "El camino de la Cruz es el único camino que he trazado porque es aquel que, con mi Hijo Jesús, vuestra Madre recorrió primero. Recorredlo sin miedo porque seréis conducidos por mi mano, alentados por el Amor de Madre. Recorredlo conmigo, en mi Corazón Inmaculado, así, al lado de vuestra Cruz, sentiréis la presencia de vuestra Madre que os confortará y ayudará. Este camino debe ser recorrido por vosotros porque sólo así podréis ser en todo semejantes a mi hijo Jesús. Mi misión es la de haceros en todo semejantes a Él".
  • "Con la valentía de los mártires y con la fortaleza de los confesores de la Fe es necesario anunciar a todo el mundo la Buena Nueva de que sólo Jesucristo es vuestro Salvador y vuestro Redentor".